martes, 7 de octubre de 2008

Románico: Pintura

La pintura se subordina a la arquitectura. Se ofrecen tres variedades: frescos murales, frontales y miniaturas.

1.- Pintura mural

No sólo ilustran con relieves los artistas de los siglos XI y XII los argumentos bíblicos; con similar entusiasmo se sirven de la pintura para cubrir muros, bóvedas y ábsides de frescos expresivos. No obstante, sólo conservamos las pinturas de las iglesias más humildes, ya que las más ricas se sometieron a revocos y reformas que destrozaron para siempre las páginas de estos siglos.

Las técnicas más utilizadas son tres:
a) Pintura al fresco: consiste en pintar con colores mezclados con agua sobre un enlucido fresco que se compone de cal apagada y arena fina, mezclados en una proporción conveniente y antes de que seque la superficie. La pintura se incorpora el revoco que adquiere dureza al secarse. La ejecución del fresco exige gran seguridad de trazo y una gran rapidez, porque no se puede pintar con la pared seca.
b) Pintura a la greca: consiste en aplicar sobre dos capas secas de cal un dibujo de trazos rojos, en cuyo interior el fresquista coloca un fondo negro, realzado con azul, sobre el que se aplican los colores, pero de una paleta muy restringida, en la que no hay mezclas. Muy utilizada en Francia.
c) Pintura al temple: es una pintura mate de fondo claro. Constituye un intermedio entre las dos técnicas anteriores: el revoco es el mismo del fresco (cal y arena diluidas en agua), sobre el que se aplican los colores que utilizan como disolvente, no el agua, sino cola o huevo, y cuentan con la particularidad de que el revoco puede secarse antes de que el pintor vuelva a intervenir, bastará con humedecerlo.

Características principales
En principio, la pintura mural cuenta con las mismas características que hemos señalado para la escultura: carácter arquitectónico y adaptación al marco (paredes interiores del templo, especialmente el ábside); carácter antinaturalista y hierático; gusto por lo ornamental y tendencia al “horror vacui”; carácter simbólico y carácter geométrico.
La pintura además, presenta una serie de características que le son propias:
a) Carácter gráfico: con gran economía de medios plásticos se intentaba reproducir los rasgos esenciales de lo representado, aunque lejos de toda individualización naturalista de la forma. Para ello, las figuras se delimitaban por una línea oscura de trazo más o menos grueso que definía los contornos. Es una pintura muy dibujística, de contornos nítidos. Los dibujos suelen ser simples y basados en formas geométricas, de forma que la expresividad de los cuerpos, su posición en el espacio y su gesticulación está conseguida de manera sencilla. En algunos casos, aunque el linealismo se mantiene, se puede hacer menos elemental, más barroco, con predominio de curvas (San Isidoro de León).
b) Uso de colores planos: no existe degradación ni busca de modulación de los colores para expresar volúmenes. La pintura románica utiliza convencionalismos en su realización (ocre para el cuerpo femenino, rojo para el masculino, etc.)
c) Carencia de profundidad y luz: las figuras se disponen en posturas paralelas a manera de relleno de un plano, y con frecuencia resaltan sobre un fondo monocromo o listado en franjas horizontales de diversos tonos. Al no proceder a la mezcla de los colores las escenas carecen de vibración lumínica.
d) Composición yuxtapuesta; preferencia por las figuras frontales y por la eliminación de cualquier forma que rompa el plano. En los grupos las figuras no se relacionan hasta el románico tardío, alrededor de 1200.
e) Carencia de perspectiva: la pintura románica respeta la uniformidad de los muros, no creando nunca espacio detrás de las figuras, que se destacan sobre un fondo uniformemente claro u oscuro, o bien sobre bandas de colores diferentes. La pintura no tiene más que dos dimensiones, no se buscan efectos de distancia. Además se somete a las exigencias de la arquitectura, alargando, encogiendo o desviando las figuras.

Temas y función
Son los mismos que en la escultura. Destacar que el tema pictórico por excelencia es el Cristo en Majestad, que aparece casi siempre en el ábside (San Clemente de Tahull). Con frecuencia la parte baja de los muros de la iglesia no tiene decoración figurada sino simulaciones de telas o cortinajes.

2.- Pintura sobre tabla
Fue en España donde tuvo mayor repercusión y donde se conservan mayor número de ejemplares, sobre todo en Cataluña. Las principales creaciones son los frontales de altar, que adornaban la parte delantera de la mesa del altar, con la intención de manifestar o narrar unos principios religiosos a sus fieles. Su composición respondía a unas normas: el espacio central lo ocupaba Cristo, la Virgen o el santo titular de la Iglesia, y los laterales los apóstoles, profetas o narraciones de distinto tipo.
Técnicamente son maderas cubiertas por una capa de yeso, sobre las que se ubicaba cáñamo o pergamino pegado, cubriéndose con una fina capa de estuco sobre la que irán los colores, aplicados al temple.
Destacan los frontales de San Martín o el de la Seo d’Urgell, en Cataluña.

3.- Manuscritos iluminados

Salen de talleres especializados que mantienen algunos monasterios. Los encontramos por primera vez en Irlanda, desde el siglo VI hasta el XI se ilustrarán con una imaginación ya románica, con un enmarañamiento de trenzas y roleos que disimulan su comienzo y su fin, y que envuelven las formas humanas o animales, que se subordinan en su entrelazo.
Después, los encontramos en España, en Asturias, donde se iniciará una producción de ilustraciones del Apocalipsis de San Juan, llamadas “Beatos”.
Los manuscritos de los siglos XI y XII son muy numerosos, aunque carecen de la personalidad de los anteriores.
Técnicamente están realizados en pergamino, sobre los que se pintaba con pluma de ganso y tintas vegetales de colores muy vivos e incluso con realces en oro y plata.

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